viernes, 10 de enero de 2014

Lince: fuente inagotable de berrinchudez


El fenómeno de la autoconstrucción nunca fue tan berrinchudamente productivo como desde décadas atrás en el distrito de Lince, es  literalmente el paraíso del creador limeño de engendros arquitectónicos.
Desde su fundación por los 30´s, Lince se fue llenando predominantemente de aquella clase social pusher, al igual que muchos distritos de Lima,  las primeras casas comenzaron ya siendo demostraciones de riqueza enmarcadas en limitados presupuestos de alcurnias inventadas, emergentes  inmigrantes exitosos y remedos de aristocracia. Ahí por ejemplo llegan con fuerza a construir los ingenieros que reinventan las casas de estilo buque, solo bastaba viajar a Miami y ver esas mutaciónes de Art Decó y enamorarse de sus pretensiones de imitar barcos, posteriormente, aviones, transbordadores espaciales y objetos voladores no identificados.

En aquella teórica malla urbana que alguna vez intentó ser ciudad dormitorio, otrora destruida por continuas remodelaciones y crecimientos verticales repentinos, se combinan lote a lote, estilos disonantes, pero estilos al fin, palacetes a pie de vereda, algunos más historicistas que otros, arrebatos histéricos de intentos de modernidad, negocios vociferando por atención y tramas urbanas socialmente marcadas que crean paisajes caóticos e incategorizables.



Por ahí casas de estilo andino-futurista, otra de esas mutaciones influenciadas por sueños industriales soviéticos y  re-influenciadas con intentos de meter el Chavín a como dé lugar, molduras que imitan animales cubistas o máquinas mochica, casas tímidas pintadas de colores berrinchudos que se le ocurren al dueño sin más que tomar en cuenta, etc.        

De pronto te encuentras con una explosión comercial: Las Vegas de Lince, por Risso, discotecas atrevidas con malcriados chupos de  Superboard, por ahí entre tanto local gritón, un chifa cuyo salón aplastado por luces de neón, te obliga a comer intimidado por un árbol de plástico cuya presencia fuertísima es aminorada solo por el montón de pantallas LCD por todos lados que te muestran lo mismo con dos o tres nanosegundos de retraso entre una y otra. A una cuadra,  una pollería de  vanos cachosos, a dos, un lupanar monumental que se levanta triunfante y  glamoroso con sus lunas verde espejo y detalles dorados. Un poco más allá,  el paraíso, Belgravia , panadería legendaria cuyos dueños nunca agendaron remodelar, debajo de un edificio racionalista espectacular. Para el otro lado, el mercado lobatón con un chifa empotrado cuya increíble comida es demasiado para su área techada, con su menos afortunado hermano gemelo a la derecha, que se pelea a los clientes con patos muertos y quemados exhibidos en vitrinas. Al frente una contradictoria tienda de sectarios evangelistas que por un lado te venden toda clase de potingues para el cabello orientado a señoras superficiales y pretenciosas, y por otro te  parchan con su volante fabricado en serie de entregarle la vida a Cristo Salvador.
La avenida Petit Thouars, una avenida que está viva hasta altas horas de la noche sin querer, sin peatonalizar ni hacer tratamiento urbano alguno para este propósito, solita está llena de gente  y de vida, algo de magia  tiene, no por gusto Pestaña le dedica una canción casi romántica.

Ya llegando a Santa Beatriz, con su trama barroca, bien hechecita y sus casas bonitas con su huachafería insuficiente.. se acaba la berrinchudez y un poco de la alegría.. ya salimos de Lince.



















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