El fenómeno de la autoconstrucción nunca fue tan berrinchudamente
productivo como desde décadas atrás en el distrito de Lince, es literalmente el paraíso del creador limeño de
engendros arquitectónicos.
Desde su fundación por los 30´s, Lince se fue llenando predominantemente de aquella clase social pusher, al igual que muchos distritos de Lima, las primeras casas comenzaron ya siendo
demostraciones de riqueza enmarcadas en limitados presupuestos de alcurnias
inventadas, emergentes inmigrantes exitosos
y remedos de aristocracia. Ahí por ejemplo llegan con fuerza a construir los ingenieros
que reinventan las casas de estilo buque, solo bastaba viajar a Miami y ver esas
mutaciónes de Art Decó y enamorarse de sus pretensiones de imitar barcos, posteriormente,
aviones, transbordadores espaciales y objetos voladores no identificados.
En aquella teórica malla urbana que alguna vez intentó ser
ciudad dormitorio, otrora destruida por continuas remodelaciones y crecimientos
verticales repentinos, se combinan lote a lote, estilos disonantes, pero
estilos al fin, palacetes a pie de vereda, algunos más historicistas que otros,
arrebatos histéricos de intentos de modernidad, negocios vociferando por
atención y tramas urbanas socialmente marcadas que crean paisajes caóticos e incategorizables.
Por ahí casas de estilo andino-futurista, otra de esas mutaciones
influenciadas por sueños industriales soviéticos y re-influenciadas con intentos de meter el
Chavín a como dé lugar, molduras que imitan animales cubistas o máquinas
mochica, casas tímidas pintadas de colores berrinchudos que se le ocurren al
dueño sin más que tomar en cuenta, etc.
De pronto te encuentras con una explosión comercial: Las
Vegas de Lince, por Risso, discotecas atrevidas con malcriados chupos de Superboard, por ahí entre tanto local gritón,
un chifa cuyo salón aplastado por luces de neón, te obliga a comer intimidado
por un árbol de plástico cuya presencia fuertísima es aminorada solo por el
montón de pantallas LCD por todos lados que te muestran lo mismo con dos o tres
nanosegundos de retraso entre una y otra. A una cuadra, una pollería de vanos cachosos, a dos, un lupanar monumental
que se levanta triunfante y glamoroso con
sus lunas verde espejo y detalles dorados. Un poco más allá, el paraíso, Belgravia , panadería legendaria cuyos
dueños nunca agendaron remodelar, debajo de un edificio racionalista
espectacular. Para el otro lado, el mercado lobatón con un chifa empotrado cuya
increíble comida es demasiado para su área techada, con su menos afortunado
hermano gemelo a la derecha, que se pelea a los clientes con patos muertos y
quemados exhibidos en vitrinas. Al frente una contradictoria tienda de sectarios
evangelistas que por un lado te venden toda clase de potingues para el cabello
orientado a señoras superficiales y pretenciosas, y por otro te parchan con su volante fabricado en serie de
entregarle la vida a Cristo Salvador.
Ya llegando a Santa Beatriz, con su trama barroca, bien hechecita y sus casas bonitas con su huachafería insuficiente.. se acaba la berrinchudez y un poco de la alegría.. ya salimos de Lince.
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